jueves, 14 de octubre de 2010

LA GARGANTA DEL DIABLO


Caminando por la pasarela iba pensando: ¡Qué espectacular demostración de la ambición humana! Toda esa gente yendo y viniendo, elevados sobre un éter de hormigón y acero para conocer ese accidente geológico e hidrográfico de la naturaleza. Frente a semejante desvarío el Hombre (en su acepción genérica y colectiva más moderna) desplegó toda su voluntad de dominio (en su acepción moderna y antinatural más bochornosa), realizando un trabajo desconcertante y sencillamente increíble: montó una pasarela larguísima encima del río Iguazú hasta el pie de la Garganta del Diablo.

Su nombre lo dice todo. La intuición del Hombre no miente en sus definiciones, es más, cuando estas son categóricas pasan directo a la inmortalidad de la Historia. En la "Garganta del Diablo" hay algo de abismal y de agonía. También de renacer y de hipnotismo, ¿por qué no pensarlo así? Miles de personas por día quedan paralizadas ante la solemnidad de esa interminable e infernal caída, que nos recuerda lo pequeños que somos y lo finito de este mundo artificial, natural y simbólico. He ahí un claro ejemplo de por qué vale la pena estar vivo, y sin embargo su estruendo nos remite a la posibilidad de la muerte, justamente porque en ella se encuentra la razón y condición de la vida.

Caminamos hacia ella. Detrás del verde estruendoso se asomaba un hongo (o una nube) como una explosión de agua. Catarata. Suena como una melodía en picada (ca - ta - ra - ta). ¿Será que ese hoyo digiere las alegrías, las euforias y las locuras de esta tierra? ¿O es más bien que, por ese cauce, la tierra saliva un torrente de angustias que arrastra las penas de cada puerto, de cada márgen, de cada orilla del Paraná y del Iguazú? No se si habrá respuesta germinal a esos interrogantes, en todo caso podemos decir con certeza que allí los ríos se confunden, como las culturas y los lenguajes que hoy los evocan y rodean.

Cuando nos topamos con el final de la pasarela me invadió una extraña sensación. La gente gritando, la lluvia en la cara, el sol cocinando la escena... Todo parecía una postal de una montaña rusa estática donde la adrenalina nacía de quedarse parado y abrirse el pecho a ese núcleo central de la vida. En ese momento la catarata me atrapó y el estruendo se volvió un silencioso trance. Allí sentí que era posible que en un lugar y en un momento determinado el alma decida despegarse del cuerpo; y así sucedió, y salió corriendo, entorpecida y conciente, saltó al abismo; y allí cayó, para morir y renacer, en la garganta del diablo, por un segundo y para siempre...

Robertango
Julio de 2010
Puerto Iguazú, Argentina

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