Debajo del tala las horas pasan ligeras, al ritmo del campo. En la ciudad en cambio, cada minuto cobra dimensiones escatológicas.
De golpe, ¡Zuuum! Una explosión onomatopéyica con sabor a albahaca y tomates secos desnuda una espada que corta el cielo: un halcón persigue una paloma en la quietud de las sierras cordobesas. Otro pájaro en su cuento grita su tristeza. Las plumas del desprevenido caen una a una, planean lentamente como una bandada suicida que sucumbe ante los designios de una vieja fábula…
Y yo mientras tanto ensayo formas absurdas de desentrañar lo inentendible. Con la mente en blanco y el corazón en verde voy intentando algo, destartalado, entorpecido, queriendo saber algo que a nadie le interesa; contemplando el sentir de la tierra que es tan visible; atrapado en el instante fugaz de la eternidad que me retiene colgado y detiene mi pluma escuchando el silbido de los pájaros; escupido por el capricho de una mosca que anhela la podredumbre de la ciudad más que a su propia vida.
En esa suerte vamos, pivoteando (entre la ciudad y el campo), derrochando penas y alegrías...
Robertango
Sierras de Córdoba,
Enero de 2010.